Proyecto Berlín empieza … ¿A que no sabéis dónde?
Un día decidí que la vida que tenía no me gustaba. No voy a entrar en detalles, simplemente había algo que me decía que había algo más y que me lo estaba perdiendo. El mes que iba a estar fuera se convirtió en 4 años. El nido que dejé, se lo llevó el viento y desde entonces mi hogar siempre está donde está mi almohada.
Un día me fui. Me fui, sin importar lo pretencioso que suene, porque creía o sabía que merecía más de lo que tenía. Que casarme y tener hijos en aquel momento no era para mí. Que marcar la casilla de “hecho” no era suficiente.
Reconozco que Berlín no era mi primera opción. No os preocupéis, lo hemos hablado muchas veces y no me guarda rencor, no piensa que jugué con ella o que era mi segundo plato, así es Berlín. También tuvimos durante mucho tiempo una relación amor-odio, más por mi parte que por la suya… y congelarme varias veces los pies de camino al trabajo, no ayudó.
Alguien debería avisar que los mandamientos de Berlín son los 7 pecados capitales. Solía yo decir, frivolizando y generalizando mucho, que “Nadie que haya vivido en Berlín debe tener la moral de casarse de blanco”. Vivir allí es como dejar de ser católico, es como tener un sello de pase vip para cualquier infierno, te rijas por el Dios que te rijas. Y lo mejor es que allí a nadie le importa. Para bien y para mal. Allí donde yo me encontré vi a muchos perderse. Es un lugar donde todo lo que eres se magnifica, incluidos los defectos.
Berlín fue como esas relaciones que cuando está en ella no sabes lo que la quieres ni la valoras pero que cuando la dejas te duele mucho más de lo que esperaba. Así estaba yo, extrañaba sus calles, sus fotomatones, fiestas y festivales. Extrañaba sus ermitaños y huraños inviernos, sus espectaculares veranos, con sus amaneceres a mitad de la fiesta. Extrañaba ese equilibrio perfecto entre lo que es y lo que fue. Extrañaba esa gran historia reflejada en adoquines, muros y estatuas, acompañada de la modernidad, su tolerancia (generalizada), la falta de prejuicios o la libertad que se respira junto a la locura de lo desinhibido.
Berlín tiene tantos disfraces que puede parecer muchas ciudades en una, no es la misma ciudad de día que de noche, ni en invierno o en verano, o en el centro y las afueras, la ciudad que se levanta con mil caras y se acuesta sin ninguna, que nunca duerme sola y que siempre encuentra algo abierto. La ciudad que a veces parece que estuviera dentro de una de esas bolas que la moverlas fingen nevar por un segundo y que a veces, además, es como si esa bola estuviera en un congelador junto con sus pocas horas de luz, con su historia y su tristeza. Y veces, sin embargo, es como una carroza de carnaval donde nunca se hace del todo de noche.
Aprendí que todo lo que había sentido antes era solo cariño, amistad y conformismo. En Berlín me enamoré. También hice amigos, conocidos, viví sin pensar en nada más que en mi misma. Ya no vivo allí, he vuelto a Madrid. Pero, lo que se abrió mi mente, todos los viajes, las experiencias, los miedos, todas las amistades, los amores, los líos, fracasos, los veranos al sol… todo lo que soy, nació allí.
Asíque fui como Alicia en el país de las maravillas y ese “país” fue Berlín. Correr tras el conejo blanco que reflejaba todo el tiempo que no me había dedicado nunca, todas la veces que no me permití ser ni sentir, todas la veces que me cargué a la espalda mis traumas y las culpas de otros, todas las veces que me justifiqué en ellas.
Y un día recuerdas aquello que le pregunta Alicia al conejo blanco “¿Cuánto tiempo es para siempre?” a lo que él responder “A veces solo un segundo” Y era verdad, a veces la eternidad era cerrar los ojos bajo la lluvia, bajo la música, bajo Berlín. A veces la eternidad era mirar unos ojos y guardarte un beso para más tarde o para más nunca. Los abrazos, el momento de facturar, la última nota de una canción, una mirada, un adios. A veces un segundo es la eternidad que tardas en darte cuenta que llevas toda la vida viviendo la vida que otros querían y que por primera vez eres tú.
La eternidad dura, a veces, solo un segundo pero siempre será un poco Berlin.