Levantó la ceja y fue como si el viento levantara mi falda. Una trinchera a cada lado de la ancha mesa que nos separaba… las tazas, vasos, servilletas, los portátiles. Llevábamos días jugando a esto, a misma hora en el mismo sitio, sin abrir la boca, sin una sola palabra entre nosotros.
Conocía su voz, en mi cabeza decía muchas cosas, aunque en realidad yo solo le había escuchado decir «un té negro» muchas veces. Su voz era cálida, varonil, un poco oscura, un poco tensa.
Aquella mañana llovía fuera, el gran ventanal estaba lleno de enormes telas de arañas que había pintado el agua, deformes… lentas. Habíamos terminado de jugar a mirarnos sin sentido y yo había reunido toda mi voluntad en volver a mi trabajo e ignorar su presencia.
Llevaba un buen rato trabajando cuando un rayo iluminó la calle ensombrecida por las nubes bajas y negras. El resplandor hizo que me sobresaltara. Un segundo rayo iluminó los patrones de agua en la cristalera, que por un segundo parecían plata líquida. Cogí la taza de chai latte y dejé que el sabor a clavo y canela me calentaran el cuerpo. Me quedé allí, con la vista fija en aquella calle triste y angosta, que no tenía un solo árbol, que estaba llena de coches y asfalto… esperando que la tormenta se desatara del todo.
Me había olvidado de él por completo, miré con disimulo y él también parecía haber acabado conmigo por hoy. Como si ya hubiéramos marcado de nuestras «to-do list» el «jugar a las miraditas con la chica/o del café»
Me fijé en que había colocado un post it en su portátil que miraba hacía mi y decía «por favor, sonríe» acompañado de una carita sonriente y simple, formada por puntos y paréntesis.
No pude evitar sonreír, ni sonrojarme, tanto o menos que mirar descaradamente a su cara. Él estaba concentrado y abstraído mientras escribía con soltura y rapidez. Y yo esperé lo suficiente para cazar su mirada. De nuevo nos encontramos a los ojos, me lanzó una sonrisa divertida y enarcó la ceja otra vez. Yo me encogí de hombros; al fin y al cabo solo estaba haciendo caso a su petición. Como si pudiera leer lo que yo pensaba, tomo un post it de su bloc y lo pego junto al otro, sin orden… un poco al azar, esta vez ponía «gracias» junto a otra carita sonriente.
No sé si fue vergüenza, miedo o ambas cosas, pero el calor que me subía a la cara no iba a dejarme trabajar de todas formas. Cerré el portátil, lo metí en la funda y me colgué el bolso. No sabía si quería volver al día siguiente a esa misma hora, a ese mismo lugar, ni siquiera sabía si él vendría. Quizás en frío se me haría demasiado vergonzoso volver allí.
Fui a la barra y pagué. Él se había quedado algo cortado por mi salida inminente, me había mirado mientras me levantaba sin decir nada. Algo fugaz pasó por mi mente y si realmente pensaba cambiar de cafetería por las mañanas, no tenía nada que perder.
Volví a la mesa, dejé el ticket firmado al reverso: un nombre y 9 dígitos.
Él tardó 3 minutos en escribir «hola» y todo el fin de semana en salir de mi cama.