El tiempo que pasa desde que suena el despertador hasta que me levanto de la cama, siempre es tuyo. Siempre lo fue.
Ya no tengo corazón. Me lo cambiaste por un reloj de arena que está anclado en el pesado y no me deja darle la vuelta para traerte de nuevo a mi cama y mi piel. No puedo volver a tus manos acariciándome, nadando en mi pelo, a los despertares lentos.
Un reloj de arena, espesa, oscura y lenta… que me recuerda que tus manos ya nunca están en mi pecho y que el peso de tu cuerpo ya no descansa en mi, en tus muñecas. Como cuando te miraba desde abajo el cuello extendido y la boca abierta, mientras sudábamos, encajados… hechos a medida.
Me duele el reloj de no tenerte aquí, la boca de no besarte, la lengua de no recorrerte.
A veces consigo pasarte de largo, engañarme lo suficiente, pero mi piel tiene toda su memoria táctil dedicada a ti. Siempre se da cuenta de que no eres tú y levanta una reacción en cadena a todos mis sentidos, buscándote.
A veces mi cuerpo se rinde al no encontrarte y otras se hunde desesperado en otra carne y otros besos, en otra piel. Alguien que no me mira, que no se muerde el labio, que no me clava las uñas. Nunca como tú.
Y entonces el sexo se vuelve consuelo y maldición… de cuerpos con otro calor, otro olor, otros tiempos. Que se estremece diferentes, a los que nunca beso en la frente… que siempre sabe de antemano que soy de paso, una estación de metro en la que no está permitido dormir.
A veces… pienso en tu boca solicita en otra carne, tus uñas en otra espalda, pienso en tus miradas provocativas pidiendo besos y mordiscos. Y puedo vivir con ello, pero se me abre las carnes al imaginar tus manos en otro pelo.
Pienso en otros hombres acariciándote por dentro, mordiéndote los pechos, lamiendo tu sabor… agarrando tu carne, tu pelo… pero imaginarles recorriendo la gran vía que hay entre tu oreja y tu nuca, entre tu ombligo y tu muslo, me hace arder de furia y despecho.
Debería olvidarme de ti… pero para olvidarte te pienso y acabo llegando tarde al trabajo después de aliviar el recuerdo de mi mano golpeando tus nalgas.
Para olvidarme de ti, necesito más tiempo del que tengo y lo ocupo todo a conciencia para no tener tiempo de olvidarte.
Una misión suicida las ganas que tengo de llamarte.
Entonces recuerdo que te rompí, que te hice llorar, que te hice pedazos. Y como me has dejado sin corazón no sé si siento amor, culpa o nostalgia. Pero si estoy seguro de que es mi egoísmo quien te llama.
Cuelgo de golpe y me recuerdo a mi mismo, que ya no tengo derecho a nada, ni siquiera a extrañarte.