Desgana
No miento si digo que te pienso apropósito, que te quiero sin querer y que te recuerdo más de lo que debería.
Una niña vive en mí. Pregunta por ti. Me pregunta por qué no te besé, si aún me duele esa espina… y yo siempre sé la respuesta, pero nunca le contesto. De improvisto tu recuerdo me empuja un poco más contra la espada, aún sin haber pared. Vuelve y lo llena todo de preguntas; de «¿y si?», de invierno. La respuesta tarda mucho o poco, según el día, pero es siempre es la misma; solo eras una más.
Fue Oscar Wilde quien me hizo dudar; «¿Cómo vas a ser feliz con un alguien que te trata como una persona normal?»
Hay algo en ti que me atrae instintivamente. Como si de algún modo estuviéramos diseñados para ser depredador y presa. Siempre te siento como uno de esos animales que utilizan su olor para atraer a su comida. Como el dulce aroma de las Dionaea. Algo en ti me llama y algo, igual de instintivo, me frena en seco, como si muy en el fondo yo siempre hubiera sabido que para ti yo solo era un juego.
No sé explicarte que quizás te quiera toda mi vida y que aun así no te quiero en ella. Que vivo alejándote de mí, porque no tienes permiso para romperme de nuevo. Y a la vez odio echarte de menos y que no estés, no como antes.
Te conozco demasiado, quizás ese era el problema. Demasiados juegos y apuestas. Demasiadas historias de otras mujeres que van y viene sin que te importen demasiado.
No creo que sepas cuantas han pasado por tu cama. No envidio a ninguna, no juzgo ni celo. Supongo que es porque yo tampoco llevo la cuenta de cuantos hombres han pasado por mi piel. Sé cuantos han dejado una marca invisible, me sobran dedos de una mano. Muy en el fondo, me duele el orgullo. Saber que has dejado una marca así en mí, mientras yo solo soy un número.
Era tan difícil dibujar límites cuando lo que había al otro lado del trazo eras tú. Era tan difícil obedecer a la razón.
Fuimos nada, quizás por destiempo o desgana. Y si en algún momento fuimos tiempo, fue fugaz y nublado.
Destiempo
Aún te recuerdo aquella noche; cuando me moría de ganas de verte y aun así llegaba tarde. Cuando tú esperabas, como siempre. La noche en que nos hicimos íntimos extraños. Sentados frente a frente, sin saber que la noche estaría plagada de tomas falsas y sorpresas en el guion, sin derecho a rectificar.
La vida es lo que pasa mientras buscas el límite entre lo que necesitas y lo que quieres. Y yo me quedé ahí, colgada de esa línea, al borde del abismo. Me acerqué a ti todo lo que pude, supongo que no lo suficiente.
¿Lo recuerdas? Niños al filo la piel, mirándose a los ojos, sin saber muy bien a qué estaban jugando. Cruzando líneas de todos los colores, olvidando quienes eran.
Yo aún lo recuerdo. No sé si queriendo o sin querer. Te recuerdo en mis dedos, en mis uñas. En un susurro que era brisa de invierno. Una brisa que les repetía «ahora o nunca» a dos cobardes que esperaban que el otro se fuera o cruzara.
Me recuerdo a mi misma pensando: que para aquellas ganas de follarte siete pecados capitales se me quedaban cortos. Para aquellas ganas de follarte, me faltaban tantos pecados como capitales tiene Europa.
Sé como pasó; como enredé cariño, amistad y deseo. No fingiré lo contrario. No ahora. Supongo que el tiempo y la distancia me ha dado la valentía que no tuve aquella noche, supongo que a toro pasado y tren perdido me cuesta mucho menos reconocer que te quería, posiblemente no como tú esperabas.
El límite siempre se quedaba corto, y nosotros siempre nos quedamos al límite. Yo dibujaba una raya, pero tu pelo volvía a mis dedos, tu boca volvía a estar demasiado cerca, tu espalda demasiado a mano para no cruzarla con mis uñas. Más rayas. Más tiempo. Más.
Seguro que no lo recuerdas. Que no recuerdas caminar a mi lado despacio buscando mi mano con el tacto de la tuya. Recuerdo el dorso de tu palma, tus nudillos, tus dedos rozando los míos a cada paso. Dos cables de alta tensión intentando crear un circuito cerrado, siempre demasiado cerca y a la vez muy lejos.
Aquella noche yo no estaba dispuesta a dejarlo pasar. Necesitaba al menos cerrar aquel círculo, tus dedos rozaron los míos y por una vez no reprimí mis ganas de cogerte la mano. Mis dedos se colaron entre los tuyos, mi mano se abrazó a la tuya mientras me iba, mientras salía de allí, mientras el frío y la lluvia decían «ahora o nunca»… Y recuerdo que pensé, que «Nunca Jamás» estaba llena de niños pedidos de 25 años. Niños que buscaban a tientas la línea que separaba las ganas de lo prohibido. Yo, de algún modo, sabía que no tendríamos más paseos.
Susurraste un reproche, una culpa. Como si tú no hubieras estado allí o como si yo fuera así con cualquiera, creo que nunca valoraste que contigo nunca hubiera murallas ni fronteras. Mirando a otro lado, quejándote en alto, pero sin soltarme, apretando aún más. Un reproche velado con otro. Una extraña forma de decir te quiero o no te vayas. Una extraña forma de no decirlo.
Las deudas y las dudas, nuestras manos entrelazadas. No sé si me hubieras soltado si lo hubiera intentado. A pesar de tus reproches. Siempre he pensado que no, pero solo porque es lo que quería.
Odio las despedidas. Escalón a escalón. Semáforos en rojo, calles vacías, frío. Debí sostenerte más fuerte ¿Debí hacerlo? ¿A pesar de que nada cambiaria? ¿Haberte pedido que me acompañaras a casa?
Hubo un segundo exacto en el yo dudé y tú no estabas. Tú no entendiste nada, no dijiste nada, no diste nada. Y siendo justos, no hubiera cambiado nada, no más de lo que lo hizo, no en otra dirección.
Solté tu mano, antes de lo que me hubiera gustado. Antes de la primavera. Te podías haber quedado ahí para siempre, estando sin ser, mirándome entre la gente, sonriendo, pero eran las dos de la mañana, el tren no se escapaba, pero era el último.
Se nos había escapado la noche, algunas miradas, algunas caricias… nos escapamos ambos, nos despedimos sin ni siquiera decir adiós.
Nada es un reproche, yo nunca me arrepiento, pero en el fondo me molesta seguir sin saber si fuimos desgana o solo destiempo.
___________________________________________
Para S. para nunca.