Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar

Secretos con vistas

– ¿Lea, eres feliz?

Ella asintió con una sonrisa sincera y un leve movimiento de cabeza. Con la cara iluminada y las facciones redondeadas.

– Me alegro.

– ¿Y tú? -preguntó ella ausente, mientras fijaba su vista en el faro de la costa.

– Si – dijo él con firmeza.

– Y aun  así… – una breve pausa- te conozco, tienes algo atravesado. Cuéntamelo.

-Estaba pensando en una tontería, algo así como una deuda pendiente.- Ella enarcó la ceja mirando su perfil – una vez ame a una mujer, pero nunca le dije «te quiero»

– ¿por qué?

– Para no perderla…

– No lo entiendo…

– Nunca le dije te quiero, porque para mí «te quiero» es una expresión egoísta. Dos palabras que jamás hablan del amor que una persona siente, sino de una necesidad propia, del egoísmo, de la debilidad.

Decir «te quiero» es decir «respiro». Todas las personas queremos, Lea. Queremos un coche, un viaje, un polvo, quizás incluso amar. La gente cree querer es lo que precede a amar, que un día quieres tanto que se convierte en amor.

–  ¿Y no lo es? – dijo ella frunciendo el ceño.

No. Cuando alguien te aprecia, te está poniendo un precio. Cuando te valora, ese precio es alto. Cuando te quiere, es porque sabe lo que vales y desea tenerte. Pero cuando alguien te ama, a veces empieza mucho antes de darte cuenta de lo que tienes delante -fijó los ojos en ella haciendo una pausa deliberada- y entonces no tienes precio, no importa dónde estés, no importa con quién, ni que no te tenga nunca, solo importa que sonrías – ambos se sostuvieron la mirada unos segundos antes de que Lea se mirara las manos.

– ¿Y por qué nunca le dijiste que la amabas?

– A veces amar, es dejar ir. ¿Qué clase de amor puede ofrecer un egoísta?

– Y ella se fue… – no era una pregunta.

– Ella nunca estuvo, no así.

– Quizás no tenga la verdad – hizo una pausa para que voz no se tambaleara – Debe de haber sido difícil para ti llegar a esa cárcel en la que esconderte…

No fue eso lo que pasó- dijo él por fin, mirando de nuevo al mar y a la bahía.

Los dos estaban reclinados sobre sus cuerpos, con los brazos acomodados contra la barandilla de la azotea, con las rodillas ligeramente flexionadas. Se miraron, ahogándose con el aire.

El vestido de Lea ondeaba ligeramente, suave gasa roja ceñida al pecho. La noche era tranquila, la luna era una línea delgada sobre el cielo negro y estrellado. Dentro la gente bailaba, cantaban y daban voces.  Todos los sonidos parecían un poco ahogados por los cristales de terraza exterior, la piscina estaba quieta y el césped brillaba del color de las luces de la fiesta.

Eric tenía el pelo arremolinado, por los bailes, la juerga, la noche… se había dejado sobre alguna silla del banquete la elegante chaqueta negra de su traje. Su pantalón de vestir se fundía con la noche. Llevaba los puños desabrochados y la camisa remangada hasta los codos. Chaleco verde esmeralda a juego con la corbata.

– ¿No? -preguntó con la voz tensa- ¿No fue miedo? – ambos se miraron, esta vez con algo de desafío en la línea seria de las bocas, en las miradas que querían huir.

– Claro que fue el miedo, pero no fue miedo a que ella no me amara o a que me rechazara – dijo levantando la voz levemente, irritado…  – fue miedo al tiempo, a lo que podía durar,  a joderla, perderla, a no existir para ella de ninguna forma.

– ¿Entonces, fue egoísmo? – una pregunta que sin ella pretenderlo sonaba a reproche.

Los ojos de Eric temblaron con la luz antes de responder con un hilo de voz – supongo que fue egoísmo, sí.

– Eric…

– Dime…

– Te amo – la voz vibro.

– Lea… me caso mañana.

– También merezco ser egoísta, Eric. No quería quedármelo – dijo encogiendo los hombros.

– Entiendo…

– ¿Y que clase de amor no sería sincero? Para mi no tienes precio, no importa dónde estés, no importa con quién, no importa que nunca te tenga, solo importa que sonrias.

– Lea…

– ¿Qué?

– Siempre llegas tarde – dijo sonriendo.

– Siempre llego 5 minutos después que tú, mientras finges que llevas toda la vida esperándome – dijo dándole un codazo e hizo una pausa mientras intentaba que el corazón fuera más despacio. Intentando no sonar preocupada- ¿Hubieras preferido que me callara?

– No, me alegro. Tengo un montón de secretos tuyos, este irá a un lugar especial. Sé que tú guardaras bien el mío.

– Y, sin embargo, gracias.

– ¿Por qué?

– Porque si tú me hubieras dicho que me amabas la noche antes de mi boda, yo la hubiera suspendido. Y los dos sabemos que hubiera sido un error. Hoy sí.

– Me hubieras odiado toda la vida.

– Lo hubiera hecho incluso si te amara más de lo que soy capaz de odiarte. Guarda ese secreto también.

– «Always» – dijo con un énfasis completamente voluntario.

– No puedo creerme que te hayas vestido de Slytherin para la cena.

– Greta me prohibió el esmoquin verde para ceremonia.

– No la culpo.

Ambos rieron con ganas y volvieron a la fiesta.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: