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Yogur de limón.

No me percaté de lo frías que estaban mis manos hasta pasearlas por mi cuello cálido. Me estremecí mientras me esforzaba por masajear suavemente la nuca, tensas después de tanto tiempo en el ordenador. No me había dado cuenta de lo tarde que era, de lo fríos que tenía los pies o la nariz.

Y mientras yo había perdido totalmente en control sobre el reloj y mi sueño, Madrid parecía cuadro y el tiempo parecía inmóvil. La noche quería apagar todas las luces de la ciudad, mi cabeza quería dormir y mi estómago quería comida.

Abrí la nevera, yogur de limón. Del enorme pack de yogures de sabores solo me habían dejado el asqueroso yogur de limón. Lo cogí con desgana… prefería el amargo que ya me había arrugado el gesto, aún sin probarlo, que prepararme algo de cenar.

Como si una parte de mi cerebro pudiera batear a la otra recordé que lugar ocupo en el mundo. Todos mis privilegios. Toda mi suerte. Recordé todas las fotos de la prensa internacional de la jornada. Niños ensangrentados, muertos en volandas, mujeres y jóvenes armados. Casas llenas de historias, de vidas, fotos y recuerdos hechas pedazos o escombros. Personas cuyas vidas jamás volverán a ser iguales. No hasta dentro de mucho tiempo.

Pensé en todas las cosas que no paran aunque el aire huela a sangre seca, las cosas que la guerra no puede detener. En los niños que nacerían hoy, en esas madres cuya preocupación hace una semana era la lactancia, las sillas de coche o acordarse de coger el cargador. En todas las personas a las que les tocaba morirse sin ayuda de armas y en lugar de un familiar, antes de cerrar los ojos, solo vieron caos y escucharon demonios.

Metí la cuchara en el yogur ya sin hambre y con el estómago revuelto, obligando a cada cucharada mientras lloraba. Mientras pensaba en todas las entradas de cine que no se usaron, los buenos días que damos por sentados, la ropa interior elegida a conciencia, el olor a café, las citas que no fueron, los atascos, dar de cenar a los niños. En los primeros besos interrumpidos, todas las reservas de restaurantes canceladas, todas las películas que no vieron en Netflix.

Todos los yogures de limón. 

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